Un año después…
Los esperábamos. Sentados bajo el sol, disonantes en la
plaza de banderas rojas y amarillas, toros de Osborne, puestos de abanicos,
guiris comprando entradas para la feria taurina de San Isidro, y adolescentes
de enormes gafas en la cabeza y mocasines en los pies.
Alguien los avista en el horizonte de la calle Alcalá y
todos nos ponemos en pie. Ocupan un sentido de la carretera de cuatro carriles,
son doscientas o trescientas personas.
Quizás más, quizás menos, no puedo ser más exacta.
Gritamos, levantamos los brazos, ellos responden, agitan las
manos. Al frente caminan los de Coslada, junto con los de San Blas, la Elipa,
Parque Paraíso. .. Al pie de la plaza de toros esperamos nosotros: Alcalá de
Henares, Velilla, Daganzo…
Se aproximan. No conozco a nadie, o igual si, en la garganta
siento un ahogo pero no sé si es sollozo o risa. Los últimos metros parecen suspendidos
fuera del tiempo, la gente alcanza por fin a tocarse y la alegría salta
descorchada hacia arriba. Ventas, uno de los puntos de encuentro de la marcha
de los pueblos del este de Madrid hacia Sol, se derrama en canciones. Mezclados, unidos,
marchamos Alcalá calle arriba al ritmo de esa vieja canción mejicana: “la Democracia, la Democracia, ya no puede
caminar, porque le falta, porque no tiene, soberanía popular..”
Hace mucho calor, vamos vestidos con frases de papel y
banderas de colores. Un señor carga dos cántaros de agua en la cesta de su
bicicleta, pedalea de manera anárquica entre nosotros, y nos riega con un
pulverizador como si fuéramos plantas, y nosotros crecemos y nos multiplicamos
en el camino.
A la altura de Manuel Becerra aparece Moratalaz, barrio
Salamanca, Prosperidad… No puedo señalar en el mapa el punto justo en que nos
hemos convertido en multitud. Entre ella camina una mujer de ojos blanquecinos,
traslúcidos, aferrada a un cartel que reza: “Yo no veo, pero la banca que vista
tiene”.
La calle desciende suavemente una vez superada la Puerta de
Alcalá, el desnivel nos permite descubrir a la diosa Cibeles y el océano de
gente que allí nos espera. Entonces suenan todavía más fuertes los tambores, y
las manos se alzan de nuevo. Es la fiesta anticipada del encuentro. La fuerza
del nosotros. Sobre el césped que rodea el monumento, un padre festeja con su
bebe, lo levanta repetidamente por encima de su cabeza, el bebe ríe, y la gente
a su alrededor grita que el pueblo unido jamás será vencido. Parece una postal
de propaganda revolucionaria, una imagen de libro de historia, pero es la
realidad de este sábado de primavera.
A las 18:54 de la tarde del 12 de mayo de 2012 la Marcha Este hacia Sol cruza la puerta de Alcalá. Bajo el astro, sobre nuestras cabezas, vuela un helicóptero. Lo miramos, es apenas un puntito suspendido en un cielo que amenaza con tormenta de verano. Me pregunto como se nos verá desde allá arriba, mis compañeros de la Asamblea de Alcalá entonan el ya famoso y luego diréis que somos cinco o seis.
El norte llega por Fuencarral, el oeste por Opera. El sur
sube por Jacinto Benavente. El sol sale esta tarde desde los cuatro puntos
cardinales para brillar toda la noche.
Poly aparece en Cibeles, emocionada, nerviosa, con sus setenta
y muchos, su enormes gafas, y una estridente chaqueta verde que creo que ha
elegido en honor a los maestros y maestras que defienden la educación de todos.
Yo voy de azul, mi camiseta reivindica una salud pública de calidad, sin
recortes, copagos ni privatizaciones. La sanidad en la que me gustaría poder
encontrar un puesto de trabajo.
Una chica vocea que los del sur están entrando ahora por
Atocha, que son muchos, muchísimos, que tenemos que esperar porque van más
despacio que nosotros. Pienso en cómo es posible coordinar, sin jerarquías y
desde los cuatro puntos del horizonte, a tanta gente distinta y que todo salga
bien.
La columna se pone de nuevo en marcha. El bochorno aprieta.
Camino, me comunico y le grito a Mariano
que no va a llegar al verano. Pero Mariano, mi presidente, no quiere
escucharme.
Hay niños por todas partes. Un hombre joven no para de pegar
saltos con una pancarta que declara que el
sur está saqueado, el norte cerrado, y que derechos tenemos todos. Lleva de
la mano a sus dos hijos pequeños que saltan con él, uno a cada lado,
desacompasados los tres. A su lado hay una mujer, la madre, la compañera, que
los regaña, también a los tres.
Vamos entre la Asamblea de San Fernando de Henares y los del
barrio de la Concepción. A la altura del Círculo de Bellas Artes una chica me
golpea, sin querer, con un cartel que dice que hace el tiempo perfecto para
vivir un momento histórico. Estoy de acuerdo. En el mar de gente ondea una
bandera pirata.
De repente, una voz metálica me asalta por encima de la
cabeza. He acabado debajo de una marquesina de autobuses que me informa de que
las líneas 52 y 53 pueden verse modificadas en sus itinerarios y frecuencias de
paso. El anuncio se pierde en la batucada que retumba y retumba entre los
edificios de la calle Alcalá.
El grito que enciende a Juan Carlos, un compañero de
asamblea, es el de ¡España, mañana, será
republicana!.Se le ha quebrado la voz de tanto gritarlo, y a veces me
cuesta entenderle cuando viene a contarme la última frase o cartel que ha leído
para que lo apunte en mi cuaderno.
Los semáforos de la calle Alcalá están en rojo pero la gente
sigue adelante. En la acera dos angelicales niñas rubias, parecidas a las
pequeñas infantas, corean, con tierna
voz infantil que no, que no nos representan. A su lado una muchacha super fashion sostiene un trozo de papel
en el que está escrito, de manera precaria, que nos mean encima y dicen que
llueve.
A la altura de metro Sevilla casi somos arrollados por un
enorme euro de cartón. La columna avanza ahora muy lentamente al son de aquella
canción que cantábamos en el patio del colegio, y que hace referencia al patio
de nuestra casa, solo que ahora nos negamos a agacharnos a eso de que la escuela de Esperanza es particular, pues si
no tienes dinero no puedes entrar.
¡Tú, perroflauta!- le grita un chico a un amigo que lleva una
camiseta roja donde se lee Vallekas por
la huelga general. El amigo no responde, solo mira fijamente hacia
adelante. A lo lejos deslumbra, por fin, el SOL en la plaza.
La eternidad cabe en unas pocas unidades del sistema métrico
decimal. Los últimos pasos. En Alcalá 1 hay una enorme pancarta vertical
suspendida en el aire por globos negros y naranjas donde pone en mayúsculas SI
SE PUEDE. La pancarta se suelta y la gente levanta los brazos hacia arriba
acompañando su ascenso al cielo mientras estalla en el grito único,
ensordecedor, y mil veces repetido, de que si, si se puede.
Llegamos. Al oso y al madroño le han florecido unos chicos de
amarillo sin miedo. En Sol no cabe un alfiler, pero todo el mundo se busca. Hay
tanta gente en la plaza que decenas de globos con mensajes rebotan de coronilla
en coronilla sin caer nunca al suelo.
Aún quedan un par de horas, es duro permanecer en tan escasos
centímetros cuadrados así que buscamos aire en los escalones de descenso al
metro. De vez en cuando la plaza grita por encima nosotros y nos preguntamos
qué pasa. Pepe, que otea el horizonte desde el primer peldaño, nos contesta
divertido que lo que pasa es que no tenemos casa. Y tiene razón.
Hay que cambiar el verbo. Esta noche no puedes moverte, debes
deslizarte, irradiarte. Y así, resbalando y esparciéndome sobre los cuerpos,
consigo llegar hasta la entrada de la calle Carreteras, por donde el sur sigue
fluyendo en un rio infinito, en busca de mi hermana. La escuche antes de verla.
Está entre las que más alto cantan, las que reivindican que la noche, las
calles y las plazas también son nuestras, que no queremos Dios, ni amo, ni
marido, ni partido y que estamos hasta los ovarios del fondo monetario.
La crisis es una estafa. Lo sé yo, lo sabe la gente que
alumbra esta noche
Sol. Y no somos pocos, me ha costado más de una hora salir
del espacio de la boca de metro, llegar a la entrada de Carretas y volver de
nuevo al centro de la plaza. Calculen, el número de centímetros por minuto
recorrido es inversamente proporcional al número de personas despiertas. Los
medios de comunicación están aquí, pero mañana dirán lo que más sirva a los que
esta noche no están en la plaza, a los que prefieren seguir haciéndose los
dormidos.
La crisis es una estafa. No es una anomalía, un incidente
imprevisto del sistema, sino una etapa más, lógica y necesaria, de este modelo
diseñado para que unos pocos vivan de manera progresiva y ascendente en el
lujo, a costa del malvivir, progresivo y ascendente, de la inmensa mayoría, en
una (des)proporción de 1 a 99, dentro y fuera de tu ciudad, comunidad, país y
continente.
La crisis es una estafa y rompe la paz social. Carmen me
sonríe y levanta sus manos al lado de las mías. Contamos los segundos. La
esfera luminosa del reloj brilla como estrella, la voz de la campana hace
enmudecer la plaza y yo siento, mientras agito los dedos hacia el cielo como
queriendo agarrar algo, como se me eriza la piel desde los tobillos. Algo
parecido a la energía eléctrica recorre mis piernas, escala mis glúteos, invade
mi espalda, y encrespa los primeros rizos que nacen por detrás de mis orejas
cuando Sol, tras un minuto de silencio, estalla en aplausos a las 12 de la
noche del 12 de mayo del año 2012....
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